Los Szymechenko escuchan un disco rayado una y otra vez encerrados en su propia casa. Treinta y cinco botellas vacías de Vodka producción nacional decoran el mono ambiente de Mirko (En la alacena, justo detrás de la bolsa de 3 kilos de arroz se esconde la última botella llena, aunque Mirko, ya no lo recuerda). Una bombita de luz amarilla parpadea vida y un perro callejero todavía respira en la sucia, desierta y fría calle de Moscú.
En medio de todo y de todos, se enciende Perez Troika. “El cabaret” de la Rusia Comunista.
Osvaldo Greitskov, un antiguo y legendario cirquero de la calle 53 de Moscú, devenido años más tarde en “El Gran Cafiolo Ruso”, fue quien decidió fundarlo pasados los trágicos días de la clausura de su carpa nómade. Gordo, mostachón, ruloso, carcajada desprolija, el titiritero ruso no dudó en reconstruir de un día para otro el negocio. Valiéndose de las pocas cosas que pudo arañar aquella noche de cierre, rearmó sin pausa ni criterio estético alguno su nuevo templo reencarnado en Cabaret.
El vodka corre a toda velocidad por dos claros y distinguidos caminos: El caliente y hostil empedrado de brazos fornidos de la barra principal; y a través del aire, en forma de lluvia finita y pesada digna de un microclima tropical.
Mezcla de kermesse grotesca y Petit francés de reviente; el burdel ofrece un menú fijo diario sin ánimos de cambio o mejoras: Mozos eufóricos haciendo malabares, mujeres de las que siempre sonríen, chimpancés enjaulados, y mucho pero mucho quilombo.
No se dice, se sabe que el lugar nació para ser el imaginario popular de todo lo que fue y lo que quedó tras la caída rusa. Una leyenda. Una sátira cuasi animal y cínica del inconsciente colectivo de la Unión Soviética más sacada.
Las figuritas más difíciles del poder, monstruos de la KGB, innombrables y excéntricos magnates, gordinflones de la cúpula de la Iglesia y algunos desgraciados con suerte se mezclan por las oscuras y a la vez coloridas entrañas del burdel buscando que por lo menos un instante, sus vidas, sueños y los más ocultos placeres choquen y se entremezclen para formar el banquete de la desigualdad igualada, el control descontrolado.
De un tiempo a esta parte, el espíritu del viejo no pierde sus vicios ni por asomo y no duda en continuar encendiendo - desde algún lugar - las luces de colores, la música con redoblante, el micrófono arengador, la sirena, el bullicio, la alegría, la fiesta.
De Perez Troika, claro está, queda intacto el espíritu del lugar y las ropas de las bestias.
(Relato escrito por Nancy - Alejo Molochnik | Fernando Capria -)
2 comentarios:
Brillante, simplemente BRILLANTE.
Ernesto.
Sabato, claro.
hola rata!
resucitá la idea que la necesitamos.
:)
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